Las 7 Reglas de Paracelso para el Buen Vivir

TEOFRASTO PARACELSO (GRAN MÉDICO DEL SIGLO XVI)

Theophrast Bombast von Hohenheim; o, en latín, Philippus Aureolus Theophrastus Bombastus Paracelsus, nació en Einsiedeln, Suiza, el 17 de diciembre de 1493 y falleció en Salzburgo, actual Austria, el 24 de septiembre de 1541.

Médico y alquimista. Hijo de un doctor, durante su adolescencia viajó por Europa y asistió a las universidades de Basilea, Tubinga y Heidelberg, entre otras. Sin embargo, siempre mantuvo grandes distancias con la enseñanza de la época y cuestionó la autoridad de los textos clásicos a favor de una aproximación más «experimental» que atendiera el saber popular. Famoso por sus supuestas curas milagrosas, en 1526 se estableció en Basilea, donde su prestigio atrajo innumerables estudiantes de todo el continente.

Durante toda esta época, la labor de Paracelso estuvo rodeada, por un lado, del prestigio que sus éxitos en la práctica médica y su elocuencia le proporcionaron, y por otro, de la mala fama a la que daban alas tanto sus enemigos médicos y farmacéuticos como su defensa de las teorías médicas, astronómicas y de alquimia.

Aparte del oscurantismo de uno u otro signo, las doctrinas médicas de Paracelso, concretamente en el campo de la terapéutica, son especialmente importantes en dos aspectos:

1. Inició el camino del moderno uso de los específicos, pues fue defensor de la teoría que postula que cada enfermedad debe tener su remedio y luchó contra la idea de que existiera un remedio para curar todas las enfermedades, esto es, la panacea universal buscada por los alquimistas. Y,

2. fue el primero en considerar y defender que ciertos venenos, administrados en pequeñas dosis, podían funcionar óptimamente como medicamentos.

A ello se debe sumar, también en terapéutica, su afán por desterrar del uso médico los polifármacos y por simplificar las elaboraciones más complicadas de otros medicamentos, así como su esfuerzo por divulgar preparados nuevos (descubiertos por él mismo gracias a sus experimentos) a base de antimonio, hierro, azufre, mercurio o sales, o a base de vegetales.

Hay que contar en cambio entre sus faltas la poca importancia que concedía a la cirugía y su desprecio por el conocimiento de la anatomía humana, a su modo de ver innecesaria para la práctica de la medicina.

Paracelso consideraba que existían cinco posibles causas de enfermedad: la acción de los astros, la acción tóxica de los alimentos, la herencia y la constitución, ciertos factores anímicos y la voluntad divina.

Asímismo, sostenía que el hombre («microcosmo») se inscribía en una entidad mayor (el universo o «macrocosmo»), cuyos elementos constitutivos (azufre, mercurio y sal) estaban ordenados dinámicamente por un principio vital denominado arqueus.

Juzgaba Paracelso que la medicina era la ciencia fundamental, por la completa unión que se da en ella del conocimiento de la Naturaleza y del arte de manipularla, y porque su estudio podía iluminar la correspondencia entre el mundo exterior («macrocosmo») y el mundo interior («microcosmo»). Creía, por otra parte, en relación con el progreso en tal disciplina, que el único modo de avanzar era la experimentación, siempre apoyada en una teoría, pues sin el experimento y la práctica no se conoce la realidad, pero sin la especulación y la teoría el conocimiento no es sino un conjunto de reglas estériles. Para Paracelso, sin embargo, la práctica de la especulación no era contraria a la revelación, pues las consideraba dos modos de conocimiento coincidentes.

Representante característico del Renacimiento en su mezcla de un naturalismo panteísta y de la mística especulativa, Teofrasto Paracelso entendía que el verdadero médico es también el verdadero filósofo, el verdadero astrónomo y el verdadero teólogo.

Hay que ligar al concepto paracelsiano de la medicina y a su concepción del hombre (entendido como resultado de la coincidencia de una realidad terrestre, una astral y una divina) su visión de la finalidad de la ciencia fundamental: la de conocer el funcionamiento del alma para dominarla y ampararla de elementos extraños que puedan causarle algún daño.

LAS SIETE REGLAS DE PARACELSO PARA EL BUEN VIVIR

PRIMERA REGLA: Lo primero es mejorar la salud. Para ello hay que respirar con la mayor frecuencia posible, honda y rítmica, llenando bien los pulmones, al aire libre o asomado a una ventana. Beber diariamente en pequeños sorbos, dos litros de agua, comer muchas frutas, masticar los alimentos del modo más perfecto posible, evitar el alcohol, el tabaco y las medicinas, a menos que estuvieras por alguna causa grave sometido a un tratamiento. Bañarte diariamente, es un habito que debes a tu propia dignidad.

SEGUNDA REGLA: Desterrar absolutamente de tu ánimo, por mas motivos que existan, toda idea de pesimismo, rencor, odio, tedio, tristeza, venganza y pobreza. Huir como de la peste de toda ocasión de tratar a personas maldicientes, viciosas, ruines, murmuradoras, indolentes, chismosas, vanidosas o vulgares e inferiores por natural bajeza de entendimiento o por tópicos sensualistas que forman la base de sus discursos u ocupaciones. La observancia de esta regla es de importancia decisiva: se trata de cambiar la espiritual contextura de tu alma. Es el único medio de cambiar tu destino, pues este depende de nuestros actos y pensamientos. El azar no existe.

TERCERA REGLA: Haz todo el bien posible. Auxilia a todo desgraciado siempre que puedas, pero jamás tengas debilidades por ninguna persona. Debes cuidar tus propias energías y huir de todo sentimentalismo.

CUARTA REGLA: Hay que olvidar toda ofensa, más aun: esfuérzate por pensar bien del mayor enemigo. Tu alma es un templo que no debe ser jamás profanado por el odio. Todos los grandes seres se han dejado guiar por esa suave voz interior, pero no te hablara así de pronto, tienes que prepararte por un tiempo; destruir las superpuestas capas de viejos hábitos, pensamientos y errores que pesan sobre tu espíritu, que es divino y perfecto en si, pero impotente por lo imperfecto del vehículo que le ofreces hoy para manifestarse, la carne flaca.

QUINTA REGLA: Debes recogerte todos los días en donde nadie pueda turbarte, siquiera por media hora, sentarte lo más cómodamente posible con los ojos medio entornados y no pensar en nada. Esto fortifica enérgicamente el cerebro y el Espíritu y te pondrá en contacto con las buenas influencias. En este estado de recogimiento y silencio, suelen ocurrírsenos a veces luminosas ideas, susceptibles de cambiar toda una existencia. Con el tiempo todos los problemas que se presentan serán resueltos victoriosamente por una voz interior que te guiara en tales instantes de silencio, a solas con tu conciencia. Ese es el daimon de que habla Sócrates.

SEXTA REGLA: Debes guardar absoluto silencio de todos tus asuntos personales. Abstenerse, como si hubieras hecho juramento solemne, de referir a los demás, aun de tus más íntimos todo cuanto pienses, oigas, sepas, aprendas, sospeches o descubras. por un largo tiempo al menos debes ser como casa tapiada o jardín sellado. Es regla de suma importancia.

SÉPTIMA REGLA: Jamás temas a los hombres ni te inspire sobresalto el dia de mañana. Ten tu alma fuerte y limpia y todo te saldrá bien. Jamás te creas solo ni débil, porque hay detrás de ti ejércitos poderosos, que no concibes ni en sueños. Si elevas tu espíritu no habrá mal que pueda tocarte. El único enemigo a quien debes temer es a ti mismo. El miedo y desconfianza en el futuro son madres funestas de todos los fracasos, atraen las malas influencias y con ellas el desastre. Si estudias atentamente a las personas de buena suerte, veras que intuitivamente, observan gran parte de las reglas que anteceden. Muchas de las que allegan gran riqueza, muy cierto es que no son del todo buenas personas, en el sentido recto, pero poseen muchas virtudes que arriba se mencionan. Por otra parte, la riqueza no es sinónimo de dicha; Puede ser uno de los factores que a ella conduce, por el poder que nos da para ejercer grandes y nobles obras; pero la dicha más duradera solo se consigue por otros caminos; allí donde nunca impera el antiguo Satán de la leyenda, cuyo verdadero nombre es el egoísmo. Jamás te quejes de nada, domina tus sentidos; huye tanto de la humildad como de la vanidad. La humildad te sustraerá fuerzas y la vanidad es tan nociva, que es como si dijéramos: pecado mortal contra el Espíritu Santo.

 

Fuente: Marcus de Oliveira,  D. Ay.

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